sábado, 30 de mayo de 2009

ÉL Y ELLA

Ella lo miró esperanzada. Ambos sabían que la última vez había sido poco. Que ésta vez sería poco. Que núnca tendrían bastante. Él esquivaba las preguntas casi sin delicadeza. No tenía una formula para decir las cosas que crecían dentro suyo, sólo las sacaba y las amontonaba de una forma torpe. Talvez, sin embargo, su mayor virtud haya sido saberlo y persistir. Aún así no fue por ello que miraba el piso en busca de excusas. Deseaba odiarla. Deseaba poder mirarla a los ojos y sentir a un ser prescindible. Deseaba mirar esos ojos.
Ella sabía que él era la mitad de hombre de lo que podría ser, que no daba la talla de tal. De no saberlo, hace mucho que le habría dicho adios. Disfrutaba el darle entereza, el tener ese poder. Buscó, encontró, levantó su mirada. Ahora él la miraba. Allí tuvo la certeza de su propia culpa. Ya no quería momentos adecuados, ya habían pasado algunos, y habría más, y más raspaban la corteza, dejaba al descubierto las fisuras.
Ella no facilitaba el trabajo. Se reía, entrecerraba los ojos, miraba fijo. Una de esas risas que invitan a no irse nunca, que aniquilan el contexto, que congelan el momento en el fondo de la memoria. La envidió por especial. Él ya no podía huir del presente. Alguna vez pensó que el tiempo lo haría ser como los otros, y no lo fué. Todos pretenden ser soñadores delirantes, poetas patéticos. Él también. En eso sí no tuvo el tiempo la gentileza de diferenciarlo.
Ella pendía de un hilo muy delgado, de una estabilidad promiscua, en una estudiada fantasía, aunque dificilmente se sintiera comprendida. A los ojos del mundo era un espíritu libre, pero estaba llena de responsabilidades celestiales. La vida dibujaba en ella señas de que nunca la dejaría en paz, que la harían dudar.
Como dudaba él. Acaso esa persona frente suyo no fuera de carne y hueso, si los demás o sólo él podían verla. Como fuera, ella no simulaba, no fingía para nada. Pues no tenía espectativas de las extravagancias que otros anhelaban para sí. Considerarse a sí misma en una sociedad ideal le parecía opaco y triste, una utopía de la gente sin destino. Hubiera preferido subir el escalón a otra realidad.
Adónde él fuera ella iría. Adónde ella fuera él moriría. Ya no había cuerpo que sanar, era la hora de defenderse, de olvidar, de decidirse entre la felicidad esporádica o el equilibrio de la razón, de la paz ficta, de oir la desesperación de cada segundo al irse, de estar vivo hasta no estarlo más.
Fué sólo un momento el que se mantuvieron en silencio, inmóviles, en el que ella lo miró esperanzada, y luego él la miró también, y ella rió, y él ya no pudo odiarla. Fue sólo un momento, que pasó, y ella dijo adiós, y él dijo adiós; y ella pensó adiós, y el pensó perdón.
Otra vez el tiempo había sido poco.

Para mi "amiga" Jorgelina (1999)

ROMPECABEZAS

¿Aparezco tanto en tus sueños
como vos apareces en los mios?
Puedo prometer no interferir
pero no me pidas desaparecer, ni nada mas.
¿Le has rogado a la mañana que te mienta?
Una guirnalda de estrellas se ofrece sobre mi,
los pies enterrados en la arena,
ojos cerrados intuyendo el rio
y una piel
un mito improbable.
La tentación de una boca,
añoranza que niega otra boca,
desposeída por alcanzada,
abandonada por conseguida,
por el reto que ya no es, por la calma que no trae,
y porque puedo palpar su ombligo, las monedas de su vientre.
Como una pesadilla que se acaba cuando me duermo.
Como un rompecabezas con piezas
que nunca llegaran a unirse.
Un sustituto de la felicidad.
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